lunes, 23 de mayo de 2011

MILAGROS DE LA VIRGEN DE LAS LAJAS


En Semana Santa personas de todos los lugares del mundo visitan el también conocido como "El Milagro de Dios sobre el abismo", con el fin de ser testigo de una de las arquitecturas más admiradas en América Latina.
Los milagros otorgados por la Virgen del Rosario han llevado a miles de fieles a enchapar las faldas de las lomas que rodean el Santuario de las Lajas con placas que expresan agradecimiento y fe por favores recibidos.
Especialmente en Semana Santa personas de todos los lugares del mundo visitan el también conocido como Milagro de Dios sobre el abismo con el fin de ser testigo de una de las arquitecturas más admiradas en América Latina.
En su recorrido para bajar hacia la basílica se puede observar sobre las paredes de las lomas más de 5 mil placas que testigos de milagros de la región, del resto de Colombia y de países como China, Italia, Chile, España, Estados Unidos, entre otros, llevaron para, de alguna manera, sentar precedente por los favores recibidos.
Igualmente se pueden observar varios pares de muletas de personas que por alguna razón no podían caminar y por un milagro de la Virgen lograron dejar sus muletas y marchar sin ellas.
Velas de todos los tamaños arden en un puesto ubicado al frente de la basílica. Las personas se agolpan para poder dejar la suya como parte de la peregrinación que muchos hacen de lejanos lugares.

Pagan promesas
El sacerdote del Santuario de Las Lajas, Franklin Betancourt, afirmó que la basílica es un punto de encuentro de pobladores de varias regiones de América, debido a su belleza al estar construido sobre el cañón del río Guáitara.
Dijo que personas de lugares lejanos aprovechan los días de Semana Santa para peregrinar y ‘limpiar sus almas’. “Cargan consigo trozos de algodón, que usualmente son frotados en el cuerpo de sus familiares enfermos para buscar su sanación”.
“Caminan por varios kilómetros con una promesa de descansar solo cuando lleguen a la basílica con el propósito de que la Virgen del Rosario cure la enfermedad de sus familiares”, explicó Betancourt.
Indicó que una vez los peregrinos llegan hasta el Santuario dejan el algodón y junto con él la enfermedad. Luego, a través de oraciones, le piden a la Virgen que desaparezca la enfermedad.
“El algodón es dejado en medio de las piedras junto a las placas y en ocasiones en algunos agujeros de la basílica. Al regresar los peregrinos afirman que encuentran a sus familiares totalmente aliviados de sus dolencias, es cuando ocurre el milagro”, añadió.

Buscan sanación

Enfermos del cuerpo y del alma visitan el santuario para ser sanados por la Virgen del Rosario, a quien también llaman “la madrecita”. Llevan consigo sus bastones y muletas, elementos utilizados para caminar.
Pese a que a muchos de ellos se les dificulta caminar aún con muletas, estos bajan el graderío del Santuario sin apoyo de nadie, más que de su fe, hasta llegar al templo y entrar de rodillas o arrastrándose, suplicando sanación.
Existen pruebas de que muchos de ellos salen del templo caminando sin apoyo de nada ni de nadie. Es cuando se materializa el milagro. Otros se recuperan paulatinamente.
Luego de agradecer con oraciones y con la promesa de llevar una vida como Dios la predicó, estas personas vuelven al santuario totalmente curadas y dejan los bastones y muletas como símbolo de los milagros.
Pero, además, estos sirven para que otras personas que necesiten estos elementos, los pidan como préstamo, con el permiso del párroco de Las Lajas padre Franklin Betancourt.
Además de dejar estos elementos pegan una placa sobre las paredes del santuario, indicando el milagro, la fecha y el lugar de donde provienen los fieles.

UN MILAGRO SOBRE EL ABISMO

El "milagro de Dios en el abismo" son las inspiradas palabras con las cuales bautizó el literario payanés José Domingo Rojas al Santuario de Las Lajas, obra monumental levantada sobre el profundo cañón de un río en torno a la imagen de la Virgen María; la misma que fue descubierta en una piedra laja
La imagen se encuentra en una piedra laja de 3, 20 de alto y 2, 03 metros de ancho, dentro de un hueco vertical de 0, 58 de profundidad. La Virgen carga en su brazo izquierdo al Niño Jesús y se levanta de pié sobre la luna. A su alrededor se observa una irradiación de suaves colores plateados, rosados y dorados. En su mano derecha lleva un rosario; su cabello es largo, oscuro y está al descubierto; viste una túnica grana o rojiza con gran cantidad de adornos arabescos de color dorado, un fuerte tejido a manera de cinta en el cuello y puños; su manto de azul ultramar y orilla también dorada, cae desde la espalda y se tercia bajo su cintura recogiéndose bajo el Niño, quien tiene en sus manos un cordón para ceñir hábitos.
El Santuario de Nuestra Señora de Las Lajas, es un lugar que evoca la piedra de la Europa gótica medieval, pero que desafió las entrañas de los Andes gracias a la tenacidad de hombres que se enfrentaron al abismo en épocas más modernas, aunque con los limitados recursos de la comarca de aquel entonces. Su escenario está conformado por tres componentes:

miércoles, 18 de mayo de 2011

LA RESURECCION DE LA NIÑA

Un tiempo después de lo ocurrido, Rosa cayó gravemente enferma y murió. La desconsolada madre, concibió entonces la idea de llevar el cuerpecito sin vida de su entrañable hija a los pies de la Señora del Pastarán, para recordarle las flores y velas con que la niña solía obsequiarla y pedirle encarecidamente que le restituyera la vida. Ante los ruegos insistentes y las copiosas lágrimas, ante la fe que no se doblega, la Virgen no resistió y obtuvo de su Divino Hijo la gracia de la resurrección de la pequeña Rosa.
Exultante de alegría y agradecimiento, María Mueses de Quiñones se dirigió a Ipiales a golpear la puerta de la familia Torresano a quienes relató el nuevo prodigio. El testimonio es impresionante, la prueba es contundente, no queda más que avisar al Señor Cura. A pesar de lo avanzado de la noche, se organiza una comitiva encabezada por don Juan Torresano. El dominico Fray Gabriel de Villafuerte los recibe y procede al interrogatorio de rigor. Las campanas se echan al vuelo y la noticia se esparce por el pueblo: “¡La Virgen del Rosario se ha aparecido en las peñas del Pastarán! ¡La ha visto María Mueses de Quiñones! ¡Es hermosa y resplandeciente!” Pero el Señor Cura quiere cerciorarse de todo, aún no está totalmente convencido. Al día siguiente, bien de madrugada, una primera y concurrida peregrinación se da inicio en Ipiales. Es el 15 de setiembre de 1754, fiesta del Dulce Nombre de María. A las seis de la mañana, llegan a Las Lajas: “El milagro fulge ante sus ojos y ante su corazón. No es posible dudar: la Santísima Virgen ha sentado sus reales en las rocas del Pastarán”.5

HISTORIA DE MARIA MUESES

Cierto día del año 1754 la india María dejó la entonces villa de San Pedro Mártir de Ipiales donde trabajaba, con la intención de visitar a sus parientes en el caserío de Potosí 1 a unas pocas leguas de distancia. Al descender por la ladera occidental del cerro Pastarán para cruzar el puente sobre el río Guáitara, se desató una terrible tempestad. A fin de resguardarse, corrió hacia la gran cueva natural que había a media cuesta, esperando que la lluvia pasara.
Temerosa por el torrencial aguacero, lo desolado de aquellos parajes y por la idea de que el demonio sojuzgaba el puente “para hacer presa de la infortunada persona que viajase sola, se angustió, lloró e invocó el auxilio de la Santísima Virgen del Rosario”,2 cuya devoción había aprendido de los padres dominicos, que desde hacía dos siglos evangelizaban dichas comarcas.
De pronto, siente que alguien le toca en la espalda. Asustada a más no poder, la intuitiva mujer no piensa sino en emprender veloz carrera, cruzar raudamente el puente y llegar sana y salva a Potosí.
¡Mamita, la mestiza me llama!
Pasado el primer susto, unos días después, María emprende el regreso a Ipiales. Esta vez lo hace en compañía de su pequeña hija de cinco años llamada Rosa, sordomuda de nacimiento, a quien lleva en la espalda según la costumbre andina. Al llegar a la cueva del Pastarán, se detiene para descansar. La niña entonces se desliza suavemente de la madre y empieza a trepar por las lajas. De pronto María escucha que su hija le habla: “Mamita, vea a esta mestiza que se ha despeñado con un mesticito en los brazos y dos mestizos a los lados”.3 Desconcertada, no atina sino a coger a la niña y huir del lugar.
Al llegar a casa de la familia Torresano, sus antiguos patrones, cuenta lo ocurrido, pero no hay quien le crea. Atendidos los motivos que la llevaron a Ipiales, María vuelve a su pueblo. Pero a medida que se aproxima a la famosa cueva, los temores le comienzan a asaltar nuevamente. Al llegar a su entrada, se detuvo titubeante. Y con más fuerza la niña volvió a hablar: “¡Mamita, la mestiza me llama!” Nueva impresión, nueva carrera, nueva incógnita… ¿qué hay realmente en esa cueva?
Tan pronto como llegó a Potosí, contó lo ocurrido. La noticia corrió de boca en boca, los vecinos se congregaron en la casa de María, todos querían conocer directamente los pormenores del hecho. Mientras tanto, en medio del alboroto, Rosita desapareció. Apenas se dieron cuenta de la ausencia de la niña, se la buscó en vano por todas partes. ¿Adónde habría ido Rosa? No había otra explicación —las almas inocentes conservan una atracción irresistible por las cosas sobrenaturales—: la niña había acudido ciertamente al llamado de “la mestiza”. En Las Lajas como en Lourdes, un siglo después, en la gruta del Pastarán como en la de Massabielle, Rosita como Santa Bernardita, sintieron esa atracción irresistible. Hacia allá se trasladó también María en busca de su hija y allí se encontró con un maravilloso espectáculo: “Al llegar a la cueva vio sin sorpresa a su hija arrodillada a los pies de la Mestiza, jugando cariñosa y familiarmente con el rubio Mesticito” 4 que se había desprendido de los brazos de su Madre.
¡Qué escena más íntima y conmovedora! Sólo Dios es capaz de siquiera imaginar algo así.
María Mueses de Quiñones y Rosita

La visión había sido tan extraordinaria que María dudó esta vez de contarla a los demás. Y este otro favor de la Virgen de las Lajas hubiera permanecido ignorado si un nuevo e impresionante suceso no lo hubiera tornado público.

INTRODUCCION





La historia de la Virgen de las Lajas se remonta a mediados del siglo XVIII. Sus protagonistas son la india María Mueses de Quiñones, descendiente de antiguos caciques y su pequeña hija Rosa, sordomuda de nacimiento. El lugar de los hechos se sitúa en los andes ecuatoriales a 2.600 metros de altitud, a media cuesta de una profunda quebrada sobre el río Guáitara, en el municipio de Ipiales, en el extremo sur de la actual Colombia, a diez kilómetros de la frontera con Ecuador.